Marcial Istúriz: “Es un falso testimonio decir que la salsa está muriendo”

El sonero venezolano es uno de los talentos de la nueva generación de la salsa. Hace unos días concedió una larga entrevista a Renzo Gómez, del diario La República, y aquí te la compartimos a ritmo de clave.

-¿De dónde viene Agua pa’ los gallos?
-Tiene varias connotaciones. Por un cántico a San Antonio, el santo patrón de Cabudare, una localidad del estado Lara, en Venezuela. Como la festividad dura dos días, los cantores, exhaustos, piden un licor tradicional llamado cocuy. Y lo piden diciendo: agua pa’ los gallos que se mueren de sed. También por los palenques de gallos donde se estila soplarles aguardiente en la cresta, el pico y las espuelas. Pero lo de Agua pa’ los gallos es sobre todo por mi amigo Prisco Oropeza, quien perdió la vida en un accidente de autobús el 28 de octubre de 2007 junto a otros músicos de la orquesta Magia caribeña. Cada vez que me veía, me abrazaba y gritaba de alegría: Agua pa’ los gallos. Después de su fallecimiento le prometí que ese sería el grito de guerra que me identificaría en la salsa.

-Oh, un tributo al amigo. Qué buena historia. Yo pensaba que más bien se trataba por tu afición al béisbol.
-De hecho es una frase muy conocida de un narrador de Puerto Rico. Yo jugué béisbol de adolescente en pequeñas ligas de campo corto y de primera base. Siempre me iba pa’ la calle cada vez que me tocaba el turno al bate. Era puro jonrón. Pero la música pudo más. Digamos que el béisbol perdió a un jugador regular pero la música ganó a un gran músico (risas).

-¿Cuándo fuiste consciente de que eras un niño índigo?
-A los tres años cuando aprendí a leer y escribir de corrido. Como me autocalifiqué, fui el lazarillo musical de mi madre, Maura, una mujer que a pesar de no saber leer ni escribir tenía un gran oído y un gusto muy específico. Solía acompañarla a la tienda discográfica desde muy pequeño. Mi hermano Almando perteneció al contingente del ejército en 1980, y en su primer permiso llegó a la casa con un cassette. Allí tenía grabado el disco recopilatorio El crimen paga de Héctor Lavoe y Willie Colón, Distinto y diferente de los Hermanos Lebron, Mambo Mongo de Mongo Santamaría. Imagínate. Ella y mis hermanos mayores sembraron en mí el gen de melómano. Digamos que Maura fue la primera bendición que recibí de Dios. La segunda fue la música.

-¿Es cierto que eres sietemesino?
-Sí, señor.

-No pareces. Los sietemesinos son menuditos…
-Pero lo soy y con una rareza: mi madre me dio a luz en la puerta de mi casa. Una casa hecha de barro y bahareque. No hubo tiempo de ir al dispensario porque fue espontáneo. Soy el menor de diez hermanos de los que sobrevivimos ocho.

-El único músico, ¿no?
-Sí. Y cuando lo manifesté pegaron el grito en el cielo. Decían que eso no era una profesión. Que era de bohemios, borrachos y drogadictos. Quizá por las historias que envolvían a Daniel Santos y Julio Jaramillo, los artistas que más se escuchábamos en casa. Mi padre, que solo llegó a segundo grado, siempre quiso un hijo abogado. Yo le dije: papá, si soy abogado me van a matar como a un perro porque yo sí voy a aplicar la justicia. No lo voy a hacer por plata.

-Naciste en Capaya pero tu infancia transcurrió en Petare, el Bronx de Caracas…
-Me crie en la parte alta del barrio San José, como dice El Gran Varón: con mano dura y con severidad. Aunque me rebelaba. Viví el sentimiento latino en mi barriada. Mezcolanza de ritmos de todo lo que escuchaban los vecinos. Lo más bonito que me ha pasado.

-Empezaste en la música como bongosero a los 14 años. ¿Cómo hiciste para tocar en esos años si no contabas con el permiso de tus padres?
-Seguí a pesar de todo y de todos. Me quedaba a dormir en casa de mis colegas y llegaba al día siguiente. Mis hermanos me decían que esa vida licenciosa no me iba a llevar a ningún lado. Pero el hombre que sabe adónde va no tiene miedo de lo que venga. En paralelo trabajé como empleado de mantenimiento en una fuente de soda, luego como asistente en un galpón de archivos y también como obrero en la construcción del hotel Meliá de Caracas. Todo el sistema del techo de cielo raso lo coloqué a los 16 años. Muchos años después Alfredo Naranjo me convocó de emergencia para cantar con el Guajeo en un baile de fin de año en el Meliá organizado por una corporación radial. Luego de saludar y sentarnos a la mesa me quedé viendo el techo del salón de fiestas. Mis amigos me decían: épale, paisa, le va a dar tortícolis. Mi respuesta fue: estoy inspeccionando mi obra (risas). Un amigo me dice que por qué no compongo una canción.

-No sería mala idea.
-Sería como la continuación de Juan Albañil pero la parte buena. Porque a Juan Albañil no lo dejaron entrar después de que construyó el edificio. En cambio, yo sí pude entrar y nadie sabe que lo construí (risas).

-¿Cuando llegaste a Bailatino ya cantabas?
-Así es. Simón Bolívar decía: el talento sin probidad es un azote. Yo era un derroche de talento pero era muy desordenado. No me definía. Bailatino me dio solidez. Reconozco que en esa época tuve muchos problemas de ego. Y el ego es inseguridad disfrazada como dice Quincy Jones. La gente me veía raro. No porque era un negro feo sino porque hacía cosas fuera del libreto pensando que estaba bien. En Bailatino formaron mi carácter.

-Me intriga cuándo fue que cantaste por primera vez…
-Me pasó como a Carlos Quintana Tabaco o a Ismael Quintana: el cantante falló una vez y preguntaron: ¿ahora quién podrá defendernos? Y salió el Chapulín Colorado diciendo yo. En esa época trabajaba con un trío en un pequeño club en Petare. Tocábamos merengue, cumbia, salsa, un poco de todo. Llevo 28 años en la música, diecisiete de ellos como cantante.

-¿Por qué nos has hecho esperar tanto por tu primer álbum?
-Y van a tener que seguir esperando. En el 2016 alguien se dignó a sacar la data del estudio de grabación en Venezuela y publicó mi disco en Bogotá sin mi consentimiento. Hicieron el tiraje con la percusión sampleada, los soneos guías que no eran los definitivos, sin masterizar y con la sesión de bronce sin afinar. O sea, una total…tú me entiendes. Encima, en las redes alardeaban: yo tengo el disco original de Marcial Istúriz. Incluso hubo un atrevido que dijo: ¿acaso nosotros tenemos que esperar que el artista lo anuncie primero? Vaya tremenda falta de respeto. En YouTube igual. A la señora Yami Perlaza, y lo digo con nombre y apellido, le pedí que no publicara mis canciones y le valió. Entonces por justicia poética decidí no publicar el disco. Y ya tengo tres producciones más.

-Cualquiera se hubiese derrumbado pero tú decidiste producir más.
-Cualquiera sin voluntad, fuerza ni coraje. Me pirateaste, perfecto, haré más música a ver si me sigues pirateando.

-¿Saldrán los cuatro discos disparados como misiles?
-Tiene que ser así, porque la gente debe esperar a que el artista lo anuncie. Yo firmé con el sello Tukeke Records del señor Francisco Requena y él me dijo que lo lanzaría en febrero de 2018, y ya estamos en noviembre. Así que creo que prescindiré de su contrato para lanzarlo de forma independiente. Cuando tienes un hijo, quieres tenerlo en tus brazos. Cuando me robaron la producción y lo publicaron es como que me secuestraron al hijo, lo bautizaron, lo presentaron en sociedad y yo que soy el padre me quedé viendo por la ventana.

-En estos meses te he visto en festivales en China, en Holanda, pero, ¿dónde vives la mayor parte del año?
-Siempre he vivido en Caracas. Pero debido a la coyuntura que todos conocemos vivo desde julio en Medellín. Es como mi puente aéreo.

-¿Qué tanto ha golpeado la crisis de Venezuela a la industria musical?
-No hay una industria discográfica seria. No hay sellos como tal. Lo que sí no ha parado ha sido la creatividad. Es más, se ha incrementado. Debo felicitar a mis colegas venezolanos que siempre están haciendo música a pesar de. La música une lo que la política desune.

-¿Es verdad que colaborarás en el próximo disco de Tito Manrique y Cosa Nuestra?
-Claro, con el maestro Tito Mandrake (risas). Es un mago. No en balde le han puesto ese remoquete. Cuando escuché Cosa Nuestra por primera vez me pareció maravilloso. Nutrió mis oídos. Combinar el género afroperuano con la salsa es algo que mi subconsciente deseaba escuchar y él lo hizo realidad. He recibido su invitación para grabar en su próxima producción, y lo haré con todo el cariño del mundo. Llevo más de cincuenta colaboraciones en los últimos catorce años.

-¿Cómo nació la idea de la clase maestra de canto, improvisación y soneo?
-El año pasado di una clase sobre la misma temática en una academia de música en Tenerife. La de Perú es la segunda pero es la oficial. Allá no hay una cultura salsera como sí la hay en Lima. Cristian Laynes me planteó hacerla aquí. Fíjate que la Universidad del Atlántico de Barranquilla y la Universidad de Música de Cali han mostrado interés en replicarla. Puede que a mucha gente no le interese una clase de soneo pero a mí me preocupa que los pseudo melómanos y pseudo coleccionistas digan todo el tiempo que la salsa está muriendo. Eso ocurrirá si estas personas no salen de su zona de confort y siguen escuchando solo lo mismo de hace cuarenta años.

-Andan estacionados en una época. Como paralizados.
-Eso se llama el terreno baldío de la ignorancia musical. Saber tanto del pasado pero nada del presente es igual a ser ignorante. Todos los días hay un nuevo tema. Es un exabrupto y un falso testimonio decir que la salsa está muriendo. Es cierto también que a nosotros (como músicos) nos corresponde, de igual manera, producir música que sea leyenda en cuarenta años.

-Froyber Maya, director de la orquesta Calibre de Cali dijo algo similar por estos días. Hacen falta más voces como las de ustedes…
-Me identifiqué con lo que dijo. Y es que los patriarcas fundadores de la nación salsera no se han preocupado por preparar a las siguientes generaciones para continuar su legado. Esto que hago debería hacerlo alguien con mayor alcance mediático. Y no yo que he dado apenas cuatro pasos de la línea de salida. Pero no sé si no les interesa, no tienen tiempo o no saben cómo dar una clase.

-Permíteme que lo diga, pero yo creo que es egoísmo y un poco de maldad. Como si muchos de ellos estuvieran empecinados en que la salsa se muera con ellos.
-Error. Si quieres que un legado perdure debes instruir a la gente. ¿Quieres tocar timbal? Allí tienes a Luisito Quintero. ¿No sabes congas? Jimmie Morales. ¿Bajo? Pedro Pérez. ¿Piano? Papo Lucca. Maestros tenemos de sobra. Pero hay que tener vocación pedagógica. Resaltar lo positivo y no acribillar a nadie. A mí me decían: tú no sirves pa’ cantante. ¿Quién te dijo a ti que tú cantas? Estuvieron a punto de traumarme. Pero pudo más mi inquebrantable fuerza de voluntad. Por eso sigo adelante. Creo que soy más coraje que talento porque no me he dejado derrotar.

-¿Por qué crees que la salsa venezolana no es reconocida como debería? La mayoría no pasa de Dimensión Latina, Oscar D’León, Los adolescentes y Salserín.
-Y eso pasa en el Perú también con Julio Barreto y Aníbal López. La historia salsera venezolana ha sido injusta con sus fundadores. Venezuela fue la esponja de lo que en Cuba y Puerto Rico sucedía. Éramos la licuadora que luego le imprimía un sello propio. Pero hemos sido ingratos con nuestro acervo musical. Septeto juventud, el Trabuco venezolano, Federico Betancourt, Perucho Torcat y la lista sigue. Pero cuando triunfas en tu país es tan normal como ir a comprar pan.

-¿Así te sientes?
-Me ha pasado pero como no busco el reconocimiento de la gente…

-¿Qué buscas entonces?
-Yo hago música porque me nace. Un amigo me dice que respiro música incluso cuando duermo y eso que no me ha visto dormir (risas). Solo trato de dejar algo de lo que Dios me ha dado.

-A seguir con las clases maestras que tienes una misión. Porque te das dado cuenta de que tienes una, ¿no?
-Como nadie se manifestaba me ha tocado hacer el trabajo sucio. Seguro después de esto muchos levantarán la mano. Pero me quedo con la tranquilidad de haber puesto la primera piedra del edificio.

Fuente: LaRepublica

 

 

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